River amplió la grieta con Boca. El 2-0 en el Monumental se traduce con el equipo de Marcelo Gallardo poniendo un pie en una nueva final de Copa Libertadores. Y aunque el marcador se quedó corto en relación al trámite, el no haber recibido goles como local termina cerrando una noche de fiesta para el “Millonario” y para el olvido para el “Xeneize”.
Ya a los siete minutos quedó en claro que no habría ‘remake’ del reciente empate a cero de la Superliga. Porque sin haber hecho nada más que salir a buscar el partido, River encontró desde los 12 pasos el gol que le había sido esquivo el 1 de septiembre. Un tanto de VAR, producto de una falta de Emmanuel Mas sobre Rafael Santos Borré, que el brasileño Raphael Claus pitó después de ver el monitor, y que el colombiano, con pasmosa tranquilidad transformó en gol.
A Boca, que ya de por sí no le servía el conservadurismo extremo exhibido en aquel empate vernáculo -debía conquistar ese objeto del deseo llamado gol de visitante- la tempranísima desventaja lo obligaba a intentar mucho más en ataque que aquel domingo. El tema era si tenía con qué.
Lo que se sabía en la previa se comprobó en lo que quedaba de partido: en juego, este River está varios goles por encima de Boca. Y para peor, Gustavo Alfaro, con su (des)planteo, cumplió una auto-profecía, la de sentirse menos y no hacer lo necesario para remediarlo.
Con Franco Soldano encallado sobre la banda derecha, con la única razón de ser de anular -sin ningún éxito- el frenesí de un gigante Milton Casco, Ramón Ábila, cual naúfrago -falto de fútbol- en un islote entre los centrales del “Millonario”, y Marcelo Weigandt pasándola mal todo el tiempo -y haciendo extrañar el oficio de Julio Buffarini-, el “Xeneize” apenas si tuvo un par de llegadas en el primer tiempo, más por cortesía ajena -exceso de confianza en la salida de los defensores locales- que por méritos propios. Para colmo, Alexis Mac Allister no dio lo que se esperaba de él, mucho menos Emmanuel Reynoso.
Si River no sacó más ventaja en la etapa inicial fue porque también tuvo sus pecados, entró al modo “engolosinamiento” a la hora de pisar el área rival. Y en esa primera etapa, la asociación entre sus volantes se dio en cuentagotas. Poco participativo el “Tucu” Exequiel Palacios, errático Nicolás De la Cruz, impreciso Ignacio Fernández. Y además apareció Esteban Andrada, en modo “selección nacional”, arco chiquito a sus espaldas.
Por eso, en el intervalo sobre los hinchas “millonarios” que colmaron el Monumental sobrevolaba la extraña sensación de que Boca, con casi nada, podía hacerle daño, como con ese remate de Mac Allister que Franco Armani arañó por sobre el travesaño o el gol errado increíblemente por Nicolás Capaldo.
Pero Gallardo volvió a meter un pleno: les hizo intercambiar bandas a Fernández y De la Cruz, y las conexiones aparecieron, al tiempo que Boca destiñó su imagen todavía un poco más, si es que eso era posible.
La mejor jugada en ataque del anfitrión llegó con una combinación exquisita de “Nacho” con Suárez: centro del cordobés y toque al gol de Fernández.
Los ingresos, quizás tardíos todos ellos, tal vez desesperados, de Carlos Tevez, del “lesionado” Eduardo Salvio, de Mauro Zárate no movieron la aguja. Más bien, el marcador fue rácano para un River -el palo y Andrada contribuyeron para ello en el complemento-, que había goleado en juego, en táctica, hasta en actitud.
Con Enzo Pérez como figura excluyente, el “Millonario” terminó jugando con tres delanteros de refresco, buscando más. Boca -expulsado Capaldo- se fue a casa con la frente marchita y una mueca de preocupación pensando en la revancha del día 22.